Evolución política y cultural de las drogas

Publicado en Revista Generación, diciembre 2023
«Si las drogas no fueran ricas, nadie las probaría»

Es imposible adivinar cómo se desarrollará la política de drogas en el mundo o en nuestro país, pero podemos nombrar algunos factores que determinan sus rumbos. Entre los positivos están el respeto hacia la integridad humana (cuerpo, mente, emociones, espíritu…), el respeto a la diversidad humana (cultural principalmente), la producción de conocimiento (científico, humanista…) y el acceso a este conocimiento (publicaciones sobre novedades científicas con lenguaje accesible, por ejemplo). Capacidades estrechamente interrelacionadas que responden a “quién soy” y a “quiénes somos”.

Las drogas evolucionan lentamente —hablamos de millones de años— en los reinos Animalia, Plantae y Fungi; Chromista, Protozoa y Monera. Esta evolución incluye la que ha ocurrido en nuestro sistema nervioso: sustancias que se asemejan a (e interactúan con) las que podemos hallar en otras bestias y en otros reinos. También evoluciona nuestra relación con las drogas durante el curso de una vida humana, a nivel personal. Para bien o para mal, pero evoluciona.

En medio de estos dos extremos de duración podemos ubicar la evolución de nuestra relación social o cultural con las drogas.

Política y cultura son dos conceptos abstractos y muy ligados. Podemos considerar a la política como un componente de la cultura, uno que sostiene una presencia pública explícita (constitución, instituciones, legitimación…) que pretende orientar el rumbo de las conductas y, cabría decir, de la cultura misma.

Pienso en la política como un poder que eventualmente sirve a la cultura y que la hace sostenible. No creo que una política represora pueda mantenerse sostenible en la cultura global e hipercomunicada que ya vivimos.

Los estados alterados de conciencia —con o sin drogas— son ya parte de la cultura humana en sentido positivo: una que respeta el desarrollo de nuestra identidad, nuestra diversidad y nuestro conocimiento. Las políticas que intentan reprimir esta capacidad terminan por eliminarse o suavizarse. Café, alcohol y tabaco (lícitos); marihuana y hongos (de facto lícitos) son un recurso que ya forma parte de nuestra cultura de salud mental y emocional. La represión que se ejerza por su control —generalmente en quienes consumen y en los territorios donde se trafica— sale a la luz y es denunciada desde una cultura de la denuncia ya bastante establecida. Eventualmente la política tendrá que suavizarse y adaptarse aún más.

Hasta aquí me he referido a las “drogas” porque ha sido el término históricamente empleado por Occidente como resultado del miedo a lo ajeno, a “lo otro”. Pero el más preciso para nuestro empleo práctico —ya estamos cayendo en cuenta como civilización global— es el de “sustancias psicoactivas.” Este cambio de terminología representa una revolución cultural que no dará marcha atrás. Y la política se irá adaptando.

La producción de, y el acceso al conocimiento están ya plenamente legitimados como derechos. Este conocimiento que va ilumando cavernas detonó el reconocimiento de nuestra salud-mental-y-emocional y del lugar que ésta ocupa como objetivo y meta social. “Bienestar” ya no es solamente incrementar el producto interno bruto. Iremos comprendiendo, gracias al impulso innato por encontrar o forjar sentido, una noción de bienestar que va más allá del económico o de cualquier otro que se pueda medir. Nuestra valía es inconmensurable, no porque sea enorme, sino porque es completamente subjetiva y se sujeta, más que a mediciones instrumentales, al sentido que damos a nuestras vidas.

Todas estas consideraciones surgen a partir de la realidad de una civilización global e hiperconectada. Pero en estos escenarios falta colocar a los vaivenes de un aparato con capacidad represiva.

El poder justifica sus medidas de represión porque supuestamente garantizan la seguridad de la población, pero sabemos que se ha empleado como recurso para mantener a los regímenes de privilegios. La “guerra contra las drogas” ha funcionado como escusa ideal para reprimir porque la población culturalmente las ha percibido como una amenaza legítima: lo ajeno, lo “otro”, lo inmoral, lo desconocido.

Cuento con que la seguridad de la población sea percibida cada vez más no solo como una escusa, no solo como un derecho, sino como una responsabilidad con mayor distribución en el sentido horizontal, con estructuras que revisten a las comunidades y a las redes de apoyo con la suficiente capacidad de agencia para procurarla.

También cuento con la eventual entrega de la gestión de producción y consumo de sustancias a estas estructuras en manos de las personas, de la gente, de la población. Estructuras que incorporen mecanismos de prevención y atención a la salud-mental-emocional, procurando tanto el respeto a la vida privada como el acceso al bien público.

El peor de los escenarios que puedo imaginar es una combinación de los dos factores más deleznables: una cucharada de régimen represor, y una cucharada de atmósfera de información excesiva que termine por imposibilitar el discernir entre amor por el conocimiento y confusión por el “fake news”. La inteligencia artificial podría ejercer un rol aterrador en este apocalíptico escenario.

Resumiendo, quiero confiar en el desarrollo de nuestra cultura integral —de drogas y de todo— pero hay que estar conscientes de las amenazas.Nota final: en casa me aclaran que a oídos de las ciencias sociales suena positivista “evolución”, que mejor hubiera sido “desarrollo.” Pero de llamarle así, no hubiera cabido mencionar a los reinos Animalia, Plantae y Fungi; Chromista, Protozoa y Monera.

Deja un comentario