Si se afirma “La población con historial delictivo consume más sustancias ilegales que el promedio”, algunos activistas que abogan por los derechos de los usuarios de estas sustancias, pegarán el grito en el cielo. “De ninguna manera vamos a permitir que se nos estigmatice. Los consumidores no somos más propensos a cometer delitos que el resto de la población”.
Pero no se está afirmando esto. Simplemente se está afirmando un hecho sustentado en estudios estadísticos poblacionales, que establece algo no sobre la población consumidora, sino sobre la población delictiva. Un dato que puede ser útil a la hora de aplicar programas de prevención y de reducción de daños enfocados en aquellas poblaciones con mayor índice comprobado de consumo de sustancias ilegales.
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Igualmente, si se afirma “La población con historial de violencia tiene mayor índice de afecciones a su salud mental y psicoafectiva”, algunos activistas que abogan por los derechos de las personas con afecciones a la salud mental pondrán el grito en el cielo. “¡Esto es estigmatización! Quienes padecen condiciones psiquiátricas o psicoafectivas no son más proclives a la violencia que el resto de la población”. Otra vez, esto no es lo que se está afirmando.
En el segundo caso, puede alegarse que la afirmación no parte de una pregunta lo suficientemente precisa. La pregunta debe ser, ¿Cuáles son las condiciones de salud mental que incrementan la probabilidad de cometer violencia?
Supongamos que tenemos la oportunidad de acceder a un diagnóstico, fiel y representativo, de la salud mental de aquella población que participa en el crimen organizado en México. Aquella que es activamente violenta, que recurre a la fuerza, a la coerción, a las amenazas y a las armas para hacer negocios fuera de la ley. Este diagnóstico solo tendría sentido si se compara con un diagnóstico equivalente de la salud mental de toda la población. ¿Encontraríamos diferencias o desviaciones significativas? En caso afirmativo, ¿cuáles y de qué tipo?
Esta información sería útil para la identificación y detección temprana de condiciones que representarían un factor de riesgo de conducta delictiva violenta. Para evitar estigmatizaciones, lo óptimo sería diferenciarlas claramente de aquellas condiciones de salud mental que no representan un factor de riesgo de conducta violenta. Por ejemplo, solo son de riesgo aquellas condiciones que se acompañan de un desdén hacia la salud, la integridad, y los derechos de terceras personas.
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La detección temprana de estas condiciones específicas, identificaría a una población específica a la cual dirigir programas de atención que contribuyan a prevenir la violencia, sin estigmatizar al resto de la población (con o sin condiciones psiquiátricas o psicoafectivas). Habría que considerar si existen algunas condiciones que se prestan, más que otras, a ser acompañadas de este desdén. Radiografía del sicario mexicano, 2018, un estudio dirigido por la Psic. Dra. Arcelia Ruiz Vázquez en colaboración con la Universidad de Guadalajara y CONACYT (entre otras instancias), identifica dos trastornos relativamente comunes entre la población de sicarios privados de su libertad: los perfiles sádico y psicopático.
Por supuesto, si vamos a identificar a personas con perfiles psicológicos que eventualmente pueden ser más propensos a cometer agresiones, lo hacemos desde la asistencia psicológica y social, y no como medida policiaca. Tomamos medidas para no estigmatizar a la población específica, tales como la garantía de confidencialidad, el seguimiento, y el trabajo con redes de apoyo. Tarea delicada, pero realizable.
El que una parte de la población consumidora de sustancias ilegales, sea más propensa a la delincuencia, no significa que el resto de esta población específica lo sea. Incluso puede darse el caso de que el resto de esta población sea menos propensa a la delincuencia que el general de la población.
Igualmente, el que una parte de la población con afecciones a la salud mental, sea más propensa a la violencia, no significa que el resto de los afectados lo sea. Y puede darse igualmente el caso de que sea incluso menos violenta que el general de la población. De hecho, quienes padecen condiciones psicoafectivas, generalmente empatizan más con las emociones ajenas, en particular con el sufrimiento de sus congéneres. Hay estudios que indican que, efectivamente, una buena parte de la población alguna vez diagnosticada con ciertos trastornos psicoafectivos, es en promedio más empática y menos violenta que la población en general.
¿Qué otras consideraciones queremos adoptar, entonces? ¿Cómo detectar tempranamente, y cómo intervenir para prevenir, procurando al mismo tiempo la des-estigmatización?
En materia de recursos públicos para procurar la salud, la seguridad, y la integridad de las personas, prevenir es la mejor inversión. Requerimos invertir más en estudios longitudinales y de cohortes, así como en el desarrollo de modelos de intervención. Y, por qué no, en el desarrollo de una cultura preventiva, inversión que podría fundamentarse en la promoción de la lectura de evidencia.
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