Mundo sin nubes

El ventanal atraviesa todo lo alto de la pared, de un extremo al otro del salón de clases. Muy por encima de las cabezas, deja pasar la luz del pasillo exterior y un pedazo de cielo. El profesor, de pie tras su escritorio, limpia unos lentes con un pañuelo gris. Los examina meticuloso, los acerca y aleja de su vista, los coloca a contraluz entre el ventanal y sus ojos, entre abiertos y escudriñantes.

—Se resuelven dos problemas de una vez. ¿Calentamiento global? Conseguimos nubes artificiales cuya sombra reduce el calentamiento causado por la penetración atmosférica de los rayos del sol. ¿Suministro de energía verde? Desarrollamos nubes artificiales capaces de captar la energía del sol y de transformarla en energía para consumo humano.

Termina finalmente de colocarse los lentes, y ahora ocupa ambos puños para apoyarse sobre el escritorio y mirar tras los gruesos vidrios a su auditorio de estudiantes.

—Así que producimos nubes artificiales. Primero con la tecnología disponible de los globos aerostáticos, y con una ubicación estratégica. Debe tratarse de locaciones que reciben mucha luz durante todo el año (por ser tropicales, por escasez de las nubes naturales…) y que por estar deshabitadas no representan un riesgo en caso de caída de uno o varios de estos globos. Los desiertos y los mares son los candidatos naturales.

Clava por un momento la mirada en el suelo, y se despega del escritorio para caminar hacia el otro extremo del pizarrón.

—En cuanto a los globos aerostáticos, la cara al sol de cada globo está recubierta por una película que recibe los rayos del astro, los captura en un tejido fino de distribución ligera de carga, y con una fracción de esta carga mantiene alimentados los sistemas de traslado y gestión nanobótica de cada conglomerado de globos. Con el tiempo, y con el desarrollo tecnológico, los conglomerados de globos se transforman en una especie de manto de cápsulas rellenas de gas para flotación, recubierto por la película que se encarga del proceso fotocaptor y distribuidor.

Con los brazos cruzados, de vez en vez vuelve a dirigir la mirada hacia sus alumnos.

—Duran algunos años, en las redes sociales de comunicación se multiplican las imágenes de las nubes y se extiende su conocimiento como «ciencia popular». Hay tours a «zonas de avistamiento» para presenciarlas. La gente les llama nubes de globos, o también islas, o manchas celestiales. Las leyendas para niños hablan de veleros que surcan el cielo. Las universidades desarrollan materiales y técnicas. En el desarrollo de la mejor tecnología para transmitir la energía a tierra, compiten una diversidad de aproximaciones: desde los haces de luz concentrada, hasta las descargas por magnetismo positrónico.

—Pero cada vez se requieren más nubes, y los accidentes no dejan de representar un riesgo. —El profesor, mirando ahora hacia el ventanal, suspira y continúa—.  Las sobrecargas y las fallas en distribución de energía ocasionan incendios, y al suelo caen restos considerables de materiales, capaces de diezmar lo que encuentran en su camino, la trayectoria obligada por la aceleración gravitatoria. Llega un momento donde se considera necesario desarrollar sistemas de captación de energía solar, y de sombra, que sean de menor costo de mantenimiento y que garanticen la seguridad. Así que se experimenta con concentraciones de gases ionizados en una delgada capa de la atmósfera, ubicada entre la exósfera y la estratósfera, muy cerca de lo que resta de la capa de ozono. Se define un objetivo: un gas que logre captar la energía del sol, y una tecnología que la conduzca en forma controlada. El gas resultante es una película de vapor gris casi transparente, compuesta de un conglomerado de moléculas de diseño, que logran unas propiedades óptimas de fotosensibilidad, almacenaje y distribución de la energía.

—En lugar de nubes artificiales logramos edificar una sola y muy delgada nube: un filtro celestial que mantiene la tierra a una temperatura cómoda. Pero las nubes naturales y todos los fenómenos que las involucran, desaparecen. No termina de ser claro si esto se debe a causas naturales, o a la intervención humana en la atmósfera (una historia con orígenes más remotos que el adelgazamiento de la capa de ozono durante el Siglo XX), o a una mezcla de ambos.

El profesor se detiene en su deambular frente al pizarrón, para quedar de pie ante sus estudiantes, con las manos abiertas y hacia los lados como si sostuviera el mundo que describe.

—A cambio obtenemos la oportunidad de presenciar, en algunos muy pocos y seleccionados lugares alrededor del mundo, un espectáculo que recuerda a los viejos rayos entre las nubes del cada vez más lejano pasado, aquel retratado por los relatos, las leyendas, y las imágenes almacenadas en las bases de datos. En ciertos puntos nodales de la superficie terrestre, se concentra la recepción de esa energía captada en la atmósfera, enviada hacia la tierra, donde una estación terrestre la recibe, almacena, y transforma en energía para aprovechamiento humano. Como con las nubes de globos, se vuelven a ofrecer tours para contemplar el espectáculo celestial de estas descargas eléctricas a tierra.

—Pero ¿quién controla la energía? ¿Y quién controla las reglas? ¿Hay una competencia leal y favorecedora del bien común en el desarrollo y mantenimiento de estas tecnologías? ¿O se ha consolidado un cartel, un interés colegiado que solo se procura a sí mismo? ¿Cómo funciona realmente el Filtro de Protones? ¿Qué pasa si se desactiva? ¿Es tan necesaria la recolección de energía, y la reducción de la temperatura mediante su efecto de filtro sombrío? ¿Cuál es la historia real detrás de la desaparición de las nubes naturales del pasado?

Una estudiante levanta la mano. Su rostro parece especialmente iluminado por la luz del ventanal. El profesor asiente.

—Historia alterna: Mundo de islas. —El profesor vuelve a asentir, en señal de disposición a seguir escuchando, y cruza los brazos—. Se desarrollan islas flotantes que dejan pasar solo una parte de la cada vez más intensa luz solar hacia el prisma de océano que recubren, y el resto es transformado en energía. La humanidad depende cada vez más de la energía captada por estas islas, y de su función como sombra enfriadora de los mares. Se incrementa la tensión por su control. Cada isla cuenta con una parte habitada por un equipo encargado de gestionar la captación y la distribución de energía. Surgen los Nuevos Piratas, que combaten entre ellos, y contra las Nubes enviadas por la Unión de Continentes para recubrirlos y reducir su acceso a los rayos del sol.

El profesor parece escuchar ahora el silencio. Recorre la mirada para encontrarse con las de los otros estudiantes. La estudiante que ha hablado voltea a mirar también a sus compañeros, y  vuelve a dirigirse al profesor.

—Piratas y Continentales alegan, cada uno por su lado y con sus propios argumentos, que son ellos quienes legítimamente defienden a la humanidad y al planeta. Es la Era de los Rayos que amenaza la existencia misma de la vida en la Tierra.

ricardelico
7 de abril 2016

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