Una mañana, como tantas otras, te dispones a desayunar con tu familia. Solo que en esta ocasión, unos minutos antes y sin que nadie lo note, colocas al centro de la mesa una botella de vino tinto. ¿Qué sucede? Lo más probable es que durante el desayuno alguien pregunta qué hace esa botella ahí. O nada sucede: a menudo hay cosas sobre la mesa que no corresponden con el desayuno. ¿Cuánto te sorprendería si alguien se levanta, saca un sacacorchos y unas copas, y acompaña sus chilaquiles o su fruta con unos sorbos de vino tinto? ¿Cuáles son las probabilidades de que el inocente experimento de colocar ahí la botella un día, conduzca sin más al alcoholismo de un miembro de la familia?
Este «experimento de pensamiento» pretende ilustrar la compleja relación que guardamos con el vino tinto. Es una bebida legal, aceptada socialmente, y sujeta a patrones de conducta más o menos definidos que reducen el impacto del alcohol a la salud –en cierta medida– y potencían su aprovechamiento para el deleite, las mejores de las veces colectivo.
Como el vino tinto, la cannabis puede también tener un lugar en la sociedad. Ya lo tiene, pero la ilegalidad y el estigma han arrastrado a esta relación—la que existe entre esta especie de planta y esta especie de primate—hacia las subculturas y el secretismo. Los cambios en su estatus legal están generando una relación más abierta y pronto más visible de los usuarios con la cannabis. Esta nueva relación social irá definiendo tiempos, lugares y formas adecuados para un consumo u otro, aceptados o tolerados socialmente. Siempre habrá subculturas más extremas, siempre habrá individuos que abusan. Pero, si con el vino tinto hemos llegado a patrones y acuerdos conductuales que nos sirven de herramientas para evitar su abuso o para reducir sus daños, por caminos similares colocaremos a la marihuana en un lugar menos dañino que aquel en donde ahora está.
La mota está hoy todavía en las manos del crimen organizado, en las manos de personas en situación de riesgo, en las manos de policías dispuestos a «sembrarla» a jóvenes para llevarlos al MP o extorsionarlos. Debería estar en las manos de personas responsables: consumidores, productores, legisladores, reguladores, médicos y comerciantes responsables, dedicados a reglas claras y transparentes.
Esto es la legalización. Poner el vino tinto o la mota sobre la mesa del debate público, no va a hacernos abrir la botella de vino tinto. Ni nos va a convertir a todos en pachecos. Poner la mota en la legalidad, tampoco. Al contrario, aprenderemos a lidiar con esta planta y sus derivados, con su floración psicoactiva así como con sus riesgos y daños, sin enriquecer al «narco».
¡Salud!
Un pensamiento