La prohibición es como cerrar todas las válvulas de escape de una gigantesca olla a presión. Si se impidiera a la fuerza la salida de presión, la olla estallaría. La presión del vapor tiene que salir, y lo hace a través de orificios y válvulas que no están regulados. Si al contrario las válvulas reguladas fueran suficientes, toda la presión se conduciría por ahí.
Una válvula que resulta clave en el Estado para prohibir actividades como el tráfico de drogas es la fuerza policiaca. En México la policía ha sancionado y hecho cumplir la prohibición cuando le conviene, y ha servido de válvula de escape cuando no. La prohibición ha sido una exigencia imposible de cumplir en un país donde la policía se doblega a la presión. Podría criticarse la debilidad institucional de la policía, pero es aun más criticable la adopción de una política que genera una presión tal, que resquebraja la de por sí débil institución policiaca, o que impidie su fortalecimiento.
Cuando se imponen leyes absurdas e imposibles de cumplir, sus efectos afectan negativamente no solo a los ciudadanos que se buscaba proteger, también a las instituciones encargadas de vigilar su cumplimiento. Ahí otra razón para regular las drogas con mecanismos distintos a la prohibición.
La prohibición de las drogas no va a servir para hacer una fuerza policiaca más fuerte. Mucho menos si se quiere una fuerza policiaca más bien ciudadana y democrática que militar y autoritaria.
El fortalecimiento institucional de las fuerzas policiacas –el que de veras sirvan para regular las amenazas a la integridad de las personas, de la sociedad, de la ciudadanía– ocurrirá en la medida en que los procesos de vigilancia y ejecución de la ley, así como sus resultados, sean transparentes y visibles y efectivamente convenzan a la ciudadanía.
Si la única consigna es prohibir, la policía se doblegará ante la presión de la olla. Si el objetivo es regular, el empleo de la fuerza policiaca —y de otros mecanismos institucionales— puede diseñarse para contribuir a la vigilanca y cumplimiento del comportamiento de un juego de válvulas.
No basta con liberar la presión por el tráfico y consumo de drogas a la atmósfera así sin más. Hay que considerar qué daños se quieren prevenir. Por alguna razón se construyó esa gigantesca olla exprés: para contener una amenaza, aunque fuera mitad imaginaria. Hay que revisar esa «amenaza» con ojos de ciencia. En el caso de las drogas, hay que tener claros y jerarquizados los daños que se desean prevenir y/o reducir.
La «presión» que se busca regular es la del apetito por algunas sustancias capaces de alterar la conciencia. Por demasiados años ha gobernado la creencia de que saciar este apetito solo lo hace más grande y más dañino (el estereotipo más extremo de la adicción), y que por lo tanto es mejor erradicar la tentación desde un principio. Esta creencia debe revisarse. ¿Por qué prohibir un consumo en aquellos casos cuando la persona considera que obtiene un beneficio y donde podemos ver que ni la persona ni la sociedad se ven negativamente afectados?
Con las válvulas —el conjunto de leyes, instituciones e incluso actitudes y comportamientos sociales— se busca regular precisamente ésto: que el apetito —la presión por consumir— sea saciado con las menores afecciones a la persona y a la sociedad.